—¡Abenámar,
Abenámar, moro de la morería,
el día que tú naciste grandes señales había!
Estaba la mar en calma, la luna estaba crecida,
moro que en tal signo nace no debe decir mentira...
el día que tú naciste grandes señales había!
Estaba la mar en calma, la luna estaba crecida,
moro que en tal signo nace no debe decir mentira...
Anónimo
Este romance
recuerda el episodio en que Juan II de Castilla lleva ante los muros de Granada
al moro Abenámar (Ibn al-Amar). El elemento al que se refiere son las torres,
palacios y jardines que ve relucir desde la lejanía en la irreal y fabulosa ciudad
mora de Granada. La alabanza de las maravillas arquitectónicas y, sobre todo,
el diálogo del rey con la ciudad.